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El viento

Publicado el Lunes, 10 Noviembre 2014
Última actualización en Sábado, 15 Noviembre 2014

Autora: Isabel Camacho

En los últimos días de la primavera, la extrema longitud de las tardes y el retardado anochecer me ofrecen la oportunidad de sentarme a contemplar el paisaje frente al ventanal del salón. Entro en mi particular estado Montaña sobre un cojín de apretada lana; las piernas en semiloto apenas rozan la suave esterilla que me aísla del suelo y me une a la Tierra; las manos, olvidadas, se apoyan en el regazo.

Contemplo el viento que, incansable y suave, levanta las ramas de los frondosos árboles que tengo enfrente. Una y otra vez, y siempre en la misma dirección, ejerce su acción… sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Eleva las ramas y separa las hojas de manera insistente. No permite la inmovilidad ni la oscuridad. Deja al descubierto el envés de las hojas y las zonas ocultas e impide que puedan prosperar la enfermedad o la podredumbre, abriendo espacios a la luz  e insuflando aire, oxígeno y energía.

El Viento me hechiza.

Recuerdo que lo vi también al comienzo de la primavera, cuando las ramas desnudas de los árboles nos sorprendieron a todos al cambiar su color negruzco invernal por el tono verdoso de innumerables yemas a punto de abrirse. Entonces también pude ver al viento. A pesar de su invisibilidad, le vi moviéndose una y otra vez entre las ramas, circulando, ayudando a desplegar la oleada de vida que llegaba con las hojas nuevas.
Vuelvo a observar el balanceo intermitente e incesante de la vegetación. El viento parece traer un mensaje sutil que estremece al árbol por completo. Circula una y otra vez entre las hojas, con manso sonido silbante: Sssssuuun, Sssssuuun, Sssssuuun… y susurra muy cerca su mensaje a las hojas y a las ramas. Es un mensaje cifrado, en un lenguaje de sonidos desconocidos para la mente, pero identificables para el Alma. Me parece escuchar cómo incita a mirar al cielo, cómo invita al vegetal a extenderse y crecer, con elegancia y armonía, sin rigideces, con flexibilidad y movimiento libre y suelto…  Y el árbol entiende el mensaje, se estira feliz y baila al son que marca el viento.
Observo el espectáculo admirada y percibo el árbol en su conjunto. Mi naturaleza se funde con su propia Naturaleza y siento cómo se remueve hasta la última célula en el interior de sus más profundas raíces que, también en la oscuridad, siguen en armónica danza las indicaciones del viento: Crecer, extenderse, penetrar en el interior, adaptarse a los obstáculos sin desviarse ni perder el rumbo.
¿De dónde viene el viento?- me pregunto- y recuerdo cuando era niña e igualmente me preguntaba por mi propio origen. Echaba la conciencia hacia atrás, buscando ese instante a partir del cual yo pudiera reconocer que todo había empezado… y solo encontraba una espiral infinita tras una rueda que giraba y giraba, hacia atrás, hacia atrás, sin detenerse nunca.
El viento siempre está ahí, me digo; unos vientos suceden a otros y permanentemente nos acompañan.

Contemplo la imagen del hexagrama Viento… Viento sobre Viento… y veo cómo por los dos espacios abiertos de las líneas discontinuas, el viento se abre paso para transformar en el hombre y materializar en la tierra, lo que indica su regente, lo Creativo del Cielo.
Lo he visto sobre el Agua,  acercándola al cielo, y ayudando a abrir el corazón. Lo he visto sobre el Fuego, avivando la llama de la verdad interior, y lo he observado cabalgando a lomos del Trueno, empujando con paciencia, humildad y modestia para la realización de las grandes obras.
Es suave por vocación… no por debilidad; pues también me ha mostrado su fuerza y sé que es capaz de arrasar y devastar, lanzándose con furia sobre todo aquello que se desvía del proyecto del Cielo… cual milenario maestro arrojando a los mercaderes del templo.

Ahora llega hasta mí y lo veo sobre la Tierra…. La Contemplación…

Un Viento dulce y suave me toma de la mano y siento como una onda se mueve en mi interior, me fundo con su esencia y me lleva en oleadas por mi vida… hacia atrás.  Me lleva a esos momentos en que sobre la bicicleta siento el viento en mi cara y cabellos, mientras avanzo en movimiento ondulatorio y me encuentro tan bien... Este movimiento se transforma en ondulaciones de mi cuerpo mientras nado por el simple placer de nadar y sentir mi cuerpo estirándose y moviéndose con armonía y flexibilidad… en mi elemento… y, a continuación, le sigue la mano que sujetaba el bolígrafo mientras, en mi adolescencia, escribía poesías, cuentos… respondiendo a un impulso interior… y, rápidamente, la mano y el brazo se ondulan sutilmente mientras mueven el pincel con el que pintaba acuarelas en una etapa feliz de mi vida… cuando el tiempo se detenía.
Sin respetar la cronología, la onda da un salto y me hace revivir esos momentos maravillosos en que bailaba con mi hija en los brazos… acariciaba con mis dedos sus cabellos ensortijados y le contaba cuentos inventados y canciones creadas en el momento… siguiendo la inspiración… del Viento.
Y un instante después, el Viento me muestra cómo se inflamó la chispa que se convirtió en fuego amoroso y llama sexual que nos trajo a mi hija… mi gran tesoro.
Y otra vez hacia atrás, yo muy joven en el campo, haciendo ondas y ondas, bailando, cantando y contemplando el atardecer…  y, al momento, yo, de niña… dibujando y escribiendo… mientras mis maestros admirados venían a observarme… y, luego, haciendo las primeras letras… un círculo con su rabito alrededor de un punto… y otro… y otro… los puntos se convertían en hileras alineadas de círculos con rabito.

El Viento me muestra que hay una única onda sobre la que se puede situar toda mi vida, como una línea invisible que une todo cuanto he sido y soy, que desvela mi Naturaleza. De alguna manera, soy como el Viento.
Y, de nuevo, vuelvo a aquella escena de mi infancia en que, con muy pocos años, sentada en el alto escalón de la puerta de mi casa, balanceando las piernas, que aún no me llegaban al suelo, cerraba los ojos y buscaba dentro de mí la respuesta sobre el origen de mi vida, mientras contemplaba la rueda que giraba continuamente hacia atrás… la espiral infinita que descendía y ascendía, para volver a descender y ascender… y escuchaba esa voz que internamente me decía: YO SOY INMORTAL Y ETERNO. NO TENGO EDAD, NI PRINCIPIO NI FIN; NI ORIGEN NI FINAL…

¡COMO EL VIENTO¡

Isabel Camacho

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Comentarios   

 
#2 Marian 15-11-2014 14:19
Gracias por tu comentario, Maribel. Pero tus alabanzas son para Isabel, la autora de este relato. La sección "La voz del lector" es para publicar vuestras aportaciones.
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#1 Maribel martinez san 14-11-2014 08:50
Me ha emocionado. Cargado de sensibilidad, sentimientos compartidos y amor a la vida
Gracias Marian por tus enseñanzas.
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