Imprimir

El miedo a quedarse a solas con uno mismo

Publicado el Martes, 30 Julio 2013
Última actualización en Martes, 26 Noviembre 2013

Autor anónimo

Decía Pascal que detrás de todas nuestras ocupaciones, y detrás de nuestro
infatigable quehacer diario, lo que se esconde es nuestro miedo a quedarnos a
solas con nosotros mismos, con nuestra realidad personal, y a enfrentarnos con
nuestros sentimientos más íntimos, pues en el fondo intuimos lo vacía que
realmente está nuestra vida y por ello rechazamos toda posibilidad de
reflexión sobre nosotros mismos, y sobre nuestras ambiciones y deseos.

La vida se nos escapa a cada momento.
¿O somos nosotros los que dejamos que se escape?
Demasiadas ocupaciones, ¿Verdad?
¿O sería más acertado decir demasiadas distracciones tal vez, ¿Verdad? ?

Es curioso este modo habitual de actuar en el que no valoramos ni apreciamos
la vida en todo su esplendor y grandeza, ni a nosotros mismos, porque tal vez
el sentido último de la vida sea aprender a convivir con uno mismo, a
admirarse dentro de sus limitaciones, a cuidarse, a llevar hasta el extremo el
amor a los demás y, también, primordialmente, el amor propio. Darnos cuenta de
las cosas, que es el paso previo necesario para poder resolverlas después,
requiere un tiempo de observación -sin autoengaños y sin juicios-, y la
posterior aceptación de lo que se descubra en esa observación.

¡Pero resulta que no es de nuestro agrado mucho de lo que encontramos! Y no es
porque no haya algo agradable que encontrar -que siempre lo hay-, sino que
constantemente ponemos a la vista, en primer plano y muy a mano, lo que no nos
gusta de nosotros. Sí, tan malvados somos.
Tan crueles y auto-destructivos.
Tan rematadamente injustos y rencorosos.
Tan incumplidores de ese mandamiento de amarse a uno mismo.

¡Cómo nos cuesta perdonarnos!
¡Y con qué facilidad somos injustos al seguir reprochándonos cosas del pasado
con nuestra memoria de elefante! Distingamos una cosa: no es lo mismo el miedo
a la soledad que el miedo a quedarse a solas con uno mismo.

Los momentos de soledad son enriquecedores e imprescindibles, opino yo-; es
muy útil la soledad cuando uno trata de conectar con su propia esencia, con la
auténtica naturaleza, ya que el personaje que estamos viviendo continuamente
relega a la autenticidad que somos, y parece como si ésta se quedara rezagada,
timorata, esperando que alguien le venga a rescatar.

En los momentos de soledad podemos llegar a sentirnos muy a gusto. Podemos
estar oyendo música, leyendo un libro, viendo una película, aparentemente con
la mente en blanco, descansando.

Todo puede llegar a ir bien si no se entromete nuestra mente que a veces
parece nuestra enemiga-, que es capaz, si estamos viendo una película, de
hacernos notar que el protagonista sí tiene la vida que nosotros jamás
tendremos; o que el personaje del libro sí que sabe desenvolverse en la vida,
y además ha encontrado el amor sincero en su vida; que la música sonaría mejor
si tuviésemos a nuestro lado a…

Las comparaciones se presentan a menudo en nuestra mente, y eso es lo que nos
desconcierta. Y si sólo nos vamos a quedar con la parte negativa de las
comparaciones que es cuando nos quedamos en lo depresivo de que el otro es
más o está mejor- y no potenciamos lo positivo  que si el otro lo ha
conseguido yo también puedo esforzarme y conseguirlo- entonces no es de
extrañar que por un mecanismo de autodefensa tratemos de evitar los momentos
de quedarnos a solas con nosotros mismos para no meternos en un inventario
personal que tiene muchos números rojos.

Compararse con los otros sólo es bueno si eso se convierte en una motivación
que impulsa a mejorar, pero quedarse sólo en la desazón o la envidia por lo
que el otro ha conseguido, se convierte en otra onerosa e incómoda carga con
la que tenemos que seguir viviendo.

Por otra parte, tenemos la errónea tendencia a idealizar la vida de los otros
que, sin duda, no es tan perfecta o idílica como aparenta o como imaginamos.

Y, sobre todo, que cada quien es cada quien. Y la vida se vive con las
posibilidades personales, intelectuales, o sociales, que cada uno tiene en
cada momento.

Evitarse continuamente a sí mismo, impedirse los momentos de estar a solas, o
no propiciarlos, es una equivocación.

No tiene sentido tratar de estar evitándose continuamente.

Lo malo, y lo cierto, que tienen este tipo de huidas es que vayas donde vayas
te encontrarás contigo mismo. Es así. Huir es inútil porque te sigues a todos
lados.

No hay escondrijo en el que ocultarse.

No hay posibilidad de negarse o de no reflejarse en el espejo.

Los pensamientos propios están con uno en todos los sitios, y los reproches, y
los miedos así como también están el amor, la posibilidad de aceptarse y de
perdonar lo que hubiera pendiente, la opción de abrazarse, la reconciliación,
la posibilidad del resto de la vida en armonía.

Quedarse a solas con uno mismo es un ejercicio de amor.

Es algo que debiera ser inaplazable y que, increíblemente, aplazamos.

Antes o después, y es mejor antes, ha de suceder la reconciliación
incondicional con uno mismo; amarse a pesar de todos los pesares;
comprenderse, aceptarse, acogerse en un abrazo con la promesa de que el resto
de la vida será de otro modo más sereno y comprensivo.

Bastante tiene uno con ser como es, o como le ha tocado ser, como para encima
tener que estar enfrentándose a sí mismo continuamente en un conflicto
irreconciliable, y que acabe convirtiéndose en una relación tensa -en la que
la mala cara sea lo que más destaque- lo que debiera ser un encuentro que cada
vez provoque felicidad.

Es imprescindible la reconciliación. Hacer cuanto sea necesario para que estar
a solas sea grato, sea un placer, sea algo que busquemos con la mayor
asiduidad posible para disfrutarlo, y que no sea el momento que se aprovecha
para auto-reprocharse, para echarse en cara asuntos atrasados, o para
permanecer callado en una actitud intransigente y mostrando animadversión
donde debiera haber júbilo.

Porque  ¿Para qué sirve seguir en esa baldía y desagradable actitud de
auto-enfrentamiento?

¿Qué aporta que sea beneficioso o conveniente?

¿Hay algo más absurdo que la hostilidad contra la única persona que ha
permanecido contigo en todo instante y te va a acompañar hasta el final, o
sea, tú?

Y si eres una de esas personas  ¿No te da vergüenza?

Sería bueno exigirse cada día un momento de calma, y cumplirlo; un momento
todo lo amplio que sea posible- en el que uno sea el único protagonista; un
momento para decir  Soy yo, o  Estoy aquí, o  Soy el principal motivo de mi
vida, cualquier cosa que a uno le sirva para reconectar con quien de verdad
es.

Si uno insiste en eso, y lo hace sin prejuicios, con el corazón y los brazos
abiertos, y con una sonrisa acogedora que son condiciones indispensables-,
será cada vez más gratificante y buscado el encuentro.

La soledad y estar a solas con uno mismo, desde ese prisma, serán bálsamos
para el alma y un agradable destino en los que pasar un rato con el Yo -lejos
del yo-, sintiendo la cercanía cada vez más próxima del Ser Completo.

Te dejo con tus reflexiones…

Anónimo (regalo de internet)